Por
el sendero de un hermoso bosque, el viejo maestro caminaba en silencio
junto a su joven discípulo. Al llegar a un riachuelo, divisaron cerca de
la orilla a un escorpión que había caído al agua y luchaba por su vida.
El maestro se acercó, alargó su brazo y tomó el animal para sacarlo del
agua, pero de inmediato el escorpión lo picó. El dolor fue grande y al
sacudir la mano, el maestro dejó caer al escorpión al agua.
Sin
pensarlo dos veces, el maestro se volvió sumergir su mano en el agua
para salvar al alacrán, pero una vez más el alacrán lo picó y luego cayó
al riachuelo. Tras frotarse la segunda herida, el maestro se agachó
nuevamente, pero justo antes de introducir su mano en el agua, su
discípulo lo detuvo tomándolo por el hombro.
- ¡Pero
maestro, no vuelva a agarrar al alacrán, lo va a picar otra vez!,
además, ¿cuál es su empeño en salvar a ese animal tan malvado?
-
Querido amigo – respondió el maestro con voz calmada – El alacrán me ha
picado porque eso está en su naturaleza. Sin importar cuales sean las
circunstancias, su instinto será siempre el de defenderse picando a
cualquier otro animal que se le acerque. En cambio, yo estoy llamado a
amar a la naturaleza, por lo tanto a tratar de salvarlo, porque eso está
en mi naturaleza. Muy mal haría yo en dejarme influenciar por su
naturaleza, dejando la mía de lado; en renunciar a hacer el bien
solamente porque a otro no le gusta o no está de acuerdo; en comportarme
de maneras distintas según las circunstancias en lugar de ser siempre
auténtico.
El maestro volvió a agacharse, tomó una
hoja que pasaba flotando y con ella levantó por tercera vez al alacrán
para salvarle la vida.
Esta enseñanza no se refiere solamente a grandes y heroicos actos como salvar o no la vida de otros, sino también a simples y cotidianas actitudes ¿Cuántas veces dejamos que el comportamiento negativo o inapropiado de quien tenemos en frente dicte nuestra manera de ser? ¿Cuántas veces dejamos de saludar a un vecino, a un conserje, a un compañero de trabajo, al cajero del banco o del automercado por el simple hecho que esa persona habitualmente no devuelve los saludos? ¿Cuántas veces no sonreímos a quienes se cruzan por nuestro camino por miedo a no ser correspondidos? ¿Cuántas veces…tantas cosas...?
(desconozco el autor)
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