Hoy escuché
una conversación sobre el Día de la Cruz, en la que hablaban de que mañana 3
tenían que poner la cruz, frutas, y todo eso que es tradición.
Aunque yo ya no lo celebro por convicción bíblica y personal, en ese momento
vino a mi mente, el último Día de la Cruz que yo recuerdo en mi casa.
Tengo tan grabado en mi mente y corazón ese momento, pero casi nunca hablo de
él, hasta hoy que le conté a Silvita y le dije que lo escribiría.
Fue un 3
mayo de 1979, y nadie en mi casa se había acordado de poner la cruz, a pesar de
que éramos católicos. Allí por las 5 pm yo con mi devoción y deseo de
rezar, busqué hacer la cruz y la puse en una maceta en el corredor de mi casa.
Las frutas y los adornos no eran muchos, pero no me importó, busqué como
decorarla. Al terminar recuerdo, que recé.
No pasó mucho tiempo, cuando mi hermana mayor, la vio y se burló de lo que
había hecho. (Quizás ahora ni se acuerda de eso.) Yo con 13 años, sentí
indignación, enojo, y en vez de pelear con ella, destruí lo que había hecho,
llena de llanto y tristeza en mi corazón, tristeza porque nadie se había
acordado de ponerla, y en vez de recibir un gracias, recibí burla.
Casi de inmediato, mi papá llegó al corredor, sin decirme nada, en silencio, serio,
pero con un rostro de tristeza, y lágrimas en sus ojos, recogió todo y lo llevó
al otro lado del patio, y puso de nuevo la cruz al pie de un árbol de
granada. Sigilosamente me acerqué y lo vi hincado, llorando,
rezando. Al ver eso, me fui a mi cuarto llorando de sentimiento, pues en
vez de recibir un regaño, mi papá no lo hizo. Me sentí tan avergonzada.
Al rato regresé, y mi papá estaba acostado en su hamaca, viendo hacia el
cielo. YO me fui ante la cruz y me puse a rezar. Al terminar, le di
un beso en la frente a mi papá, y el me extendió su brazo, quizás para
abrazarme, pero yo salí corriendo y llorando, sin imaginar siquiera que era el
último día de la cruz que mi papá estaría allí cerca de mí.
Siempre que se acerca el día de la Cruz, se me viene a la mente esa escena, y
pienso en lo que aprendí de mi papá con su actitud.
No me juzgó
ni me regaño, por lo que yo había hecho, mostrándome su comprensión a mi dolor,
su amor, su paciencia, y no sé qué más.
Su silencio
y su humildad al poner de nuevo la cruz, me mostró el respeto y el significado
que para mi padre tenía la cruz en la que murió Jesús, por amor a la humanidad,
a mi papá y a mí.
Su actitud
ante la cruz y sus lágrimas, me hicieron entender que él amaba verdaderamente a
Jesús y que respetaba todo lo que concernía a Él.
No sé qué
pensamientos pasaban por su mente, seguramente había confianza en El,
seguramente oraba por su familia, pues ya había sido amenazado de muerte, pero
también ya tenía a Jesús en su corazón. Quizás había gratitud enlazada con
dolor de saber que posiblemente ya no estaría con nosotros.
Ese día fue
el último Día de la Cruz que tengo registrada en mi memoria, ese día fue cuando
le dí el último beso a mi papá, pues 20 días después, lo asesinaron, pero llegó
a la presencia misma de Dios, ante quien, estoy segura se arrodilló con mucho
más fervor y amor que ante aquella cruz de palo.
Alicia
Herrera Rebollo
2 de mayo
de 2013
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